February 23, 2009

Un Ensayo Sobre Finlandia!

I took a few small creative liberties, but they are almost all about the timeline.

Nunca olvidaré lo que fue estar allá, una forastera, expuesta al sol de la mañana mientras el bailaba en el agua gris y tranquila y las islitas blancas del mar archipiélago. Estaba de pie con el agua hasta los tobillos en el agua, mis dedos hundiendo en la mezcla marrón y viscosa de barro y algas, el aire alrededor de mi soplaba tan fresco que el viento o el sol en cualquier momento decidió la diferencia entre la miseria y un día casi confortable. Yo no pertenecí a aquel, pero allí estaba, con los brazos sobre el pecho pálido y los huesos de los pies doliendo con el frio del agua.

“¿Cómo sabes en cual estación estamos en Finlandia?” Preguntó Liisa desde el agua, donde el sol destellaba en su cabello rubio y ojos azulados.

“¿Cómo?”

“Tienes que abrir la cremallera del abrigo de un finlandés,” Dijo con una risita. “Si tiene una sudadera debajo, estamos en invierno. Si no tienen nada debajo, estamos en verano, y ya es tiempo para el baño de la mañana.” Y tuve que ir a ella. Fui en un movimiento tan rápido y fluido como pude, y el agua llegaba hasta mis codos y llegue al lado de ella. Hicimos la cuenta atrás y nos zambullimos. Este siempre es el momento más terrible, y esta vez, mi primera vez, el efecto fue exacerbado. Bajo el agua, abrí los ojos del susto y no vi nada sino una luz gris, no sentí nada sino el frio alrededor de mí. Me sentí como si me iba a morir.

Fuimos al superficie otra vez, y de pronto todo estaba mucho mejor. Todo estaba mejor y fácil porque ya no estábamos bajo esta agua mortal, y reíamos y estábamos llenas de regocijo, y no sentíamos entumecidas y alegres, y los rayos del sol brillaban otra vez. El frio en el viento fue sustituido por el alivio y la adrenalina, y trepamos en las rocas lavados con sal, nuestros pies descalzos todavía entumecidos y muy blancos. Ya no me sentía expuesta, solo abierta y honesta mientras nos lavábamos con cucharones de agua de lluvia, acumulada en un balde y calentado en la sauna. Vaciamos poquitos de agua sobre nuestras cabezas, las que fluían en forma de corrientes brillantes antes de chocar contra las rocas y volver al mar. Yo estaba cubierta de escalofríos a causa del viento que sopló sobre mi cuerpo mojado, pero los dos reímos a todas las sensaciones sencillas y bonitas, que natural sentía estar allá antes del sol y de la mar, entre los pinos y el musgo, como solo nosotros.

Cuando estábamos limpias y vestidas otra vez, fuimos a ayudar con el almuerzo. Los padres y la hermanita de Liisa estaban en la isla también, y todos nosotros teníamos alguna tarea para preparar la comida. El padre de Liisa pescaba, bajando una red en el agua donde habíamos bañado por la mañana, mientras su madre y hermanita buscaban fresas y arándanos en el interior de la isla… no hay nada en el mundo como esas bayas del norte, madurados por el sol de medianoche y mantenido pequeño y dulce por el aire fresco. Y Liisa y yo limpiamos las patatas en el mar, sentadas en las rocas con los pies en el agua y la cesta de patatas nuevas entre nosotros, fregando las cascaras en el agua salada, mientras su padre, quien había capturado algunos peces, los limpiaba con una rapidez asombroso y tiró las espinas en las rocas, donde atrajeron la atención de un montón de gaviotas blancas y grises, que lucharon por ellos a pesar de que las espinas desnudas siguieron a convulsionar.

Una vez, mientras vaciamos el agua de la cesta al mar, una patata muy pequeña se cayó de la cesta y en las ondas suaves. Liisa fue a encontrarlo, pescando con su mano entre las algas un momento hasta que lo encontró otra vez. Estaba de asombra. La escena era tan extraña para mí, como una estadounidense. Comida es barata y fácil a encontrar para la mayoría en los estados unidos, pero todavía tenemos costumbres innecesariamente despilfarradoras como cultura. ¿Esta patata habría sido salvada aquí en los Estados Unidos? No lo creo. Una razón es que había caído en el mar, en la borra y las algas. Era contaminado otra vez con la naturaleza, no importa que originalmente vinó de la naturaleza, y por eso habría que tener mucho escepticismo sobre si las personas podrían comerlo todavía. Otra es – ¿valdría la pena sufrir el agua fría y mojar sus pantalones para una patata tan pequeña e insignificante? No lo creo, no aquí. Liisa pensaba que era muy gracioso que esta escena me afectaba tanto, pero sin embargo era uno de estos momentos, cuando se puede ver algo en vez de ser dicho, y lo que se puede ver con sus propios ojos es una forma más fuerte de la verdad.

Almorzamos por fin, y era una de las comidas mejores de mi vida, en una mesa sencilla y de madera. Cuando les dije que era maravillosa, inicialmente pensaban que me estaba burlando de ellos, porque hay un estereotipo entre la mayoría del mundo sobre la cocina sosa de Escandinavia, pero yo no podía encontrar ninguna verdad en eso, por lo menos no en el verano. Habíamos traído leche y mantequilla, las patatas, y el sal de la tierra firme – todas las otras cosas en la mesa estaban frescas de esta isla pequeña, y nunca en mi vida he comido comida más fresca. En los Estados Unidos nunca he pensado que vale la pena comer las patatas sosas, o las fresas rosas de España, que se maduran artificialmente. Pero aquí todo explotaba con sabor, aun con el mínimo de sal o mantequilla. Y hablamos y reímos todo el tiempo, y yo contaba chistes cobre America, diciendo que no creemos que sea buena cosa comer comida instantánea ni procesada y otras tonterías, y aunque la madre de Liisa seguía sonriendo, su padre me miraba tan extraño que por un momento estaba preocupada, hasta que dijo Liisa,

“Si, papa, yo sé, para mí era difícil acostumbrarme a eso también. Los americanos si pueden usar el sarcasmo.” Y yo me di cuenta de que la cara severa de su padre estaba cambiando a un tipo de sonrisa que pareció casi doloroso. Por su puesto, en realidad, es que en los Estados Unidos casi hemos olvidado que la comida viene de la tierra, y que no pertenece al plástico.

Después, Liisa y yo exploraron la isla. Caminamos a través de un pantanito lleno de agua oscura y asquerosa y las puntas suaves y blancas de la algodonosa silvestre, a través de bosque antiguo lleno de musgo que había crecido durante cien años, y sobre acantilados y rocas que extendieron sobre el borde para darnos vistas espectaculares del mar. Caminando a través del interior, yo seguía viendo más y más hormigas, hasta que primero era imposible no andar sobre ellos, y después no podía ver el suelo bajo de ellos - todo era una masa negra y retorciendo. Y después lo vi. Era el hormiguero más grande que he visto en mi vida, cien veces más grande que cualquier había imaginado. Pensé de los hormigueros de Costa Rica, que estaban casi tan altos como mi muslo, y de qué alta yo había pensado que eran. Ahora estaba menos de un metro de un hormiguera que vio mucho más alto que mí. Cuando recubrí del susto, tenía el sabio para mirar a mis piernas, y me dio cuento por fin que estaba cubierta de hormigones mordientes. Corríamos, riendo otra vez, y cuando por fin habíamos escapado el reino de las hormigas teníamos que sentarnos y pasar unos minutos para removerlos.

En el lado distante de la isla, donde los acantilados subían sobre el mar, sentábamos en una piedra cubierta por doradas flores delgadas, y rodeada por la aroma de los pinos sacudidos por el viento del verano. Con sus manos, Liisa dibujaba líneas imaginarias en el mar para mostrarme donde las rutas del invierno serán.

“¿Las rutas del invierno?” pregunté, curiosa.

“Cuando el mar se congela,” ella explicó, “Se marcan partes de él para manejar. Este es cómo vamos a las islas en el invierno.”

Yo sentaba y contemplaba eso por un momento en una silencia muy finesa. La isla era tan vibrante ahora que era difícil imaginarla en el invierno. Pero, me recordé, cubierto de nieve y helado era su estado durante la mayoría del año. El verano era la estación más corta y más dulce de todas las estaciones aquí, y la naturaleza explotó con el verde como el desierto después de la lluvia. Pensaba otra vez en el sabor imposible de las fresas – era como si la urgencia de su maduración rápida les diera una dulzura casi violenta.

Antes del clímax tradicional de la experiencia de la casita de verano finlandesa, decidí usar el baño. Fui a la dependencia y abrí la puerta, y sucedió algo extraño. El retrete saltó. Lo que quiero decir es que la tapa del retrete saltó casi un metro en el aire, y después cayó de vuelta con un sonido suave pero golpeado. Estaba tan impactada que casi no podía hablar, y regresé al lugar donde había dejado a Liisa con la estufa de madera.

"Liisa," llamé suavemente, "Liisa…" Oí una risa extraña, y cuando di la vuelta a la esquina, encontré a la madre de Liisa.

"¿Fue el retrete, no?" dijo riéndose con su acento leve, "Te dice, ¡TERVETULOA!" La palabra significa "bienvenida", y ella lo gritó con una falta de moderación casi salvaje, considerando que es finlandesa. Y eso es exactamente lo que oí en mi mente cuando usé el retrete desde este momento, aunque nadie podía explicarme exactamente porque salta para saludar los visitantes.

Y después fue la sauna. La sauna de madera quemada de Liisa es parte de una tradición muy antigua. Durante más de dos mil años ha existido en alguna forma en Finlandia. Solía ser un lugar sagrado, donde las mujeres daban a luz y lavaban los cuerpos de los muertos, y aun hoy hay un refrán, "Saunassa ollaan kuin kirkossa" – "Debes estar en el sauna como si estuvieras en una iglesia." Entramos de la misma manera que ellos habían entrado desde el principio, y mientras el calor se alzaba a los 100 grados Celsius, con mucho cuidado vertimos agua en la estufa para crear löyly, el alma del sauna. Cuando nuestros cuerpos estaban cubiertos por un montón de gotas de sudor, nos golpeábamos con ramas de abedul hasta que la sangre se asomaba a nuestra piel y volvía al color rosa saludable.

Ya era tiempo. Caminamos hacia la puerta de la sauna, la abrimos mientras anhelábamos el aire fresco, y después corrimos sobre las piedras cubiertas por musgo hasta el mar. Yo paré de pronto, pensando en la manera en que el vidrio se triza cuando va del agua caliente al agua fría. Liisa me había advertido que el mar se sentiría mucho más frio después de la sauna que había durante nuestro baño por la mañana. Ella apareció atrás de mí.

"Es mejor," sugirió suavemente, "Si corres."

Corrí. Una mitad de mi incrédula, mientras la otra mitad me llevaba, oyendo distantemente mis huellas en el musgo, y después el sonido cortante de mis pies en la madera del puerto, y después nada – había caminado en un vacio que no dejo ningún espacio para el miedo, la sabiduría, o el remordimiento.

El agua me arrodeaba otra vez, mientras subía un metro en el mar frio, esta vez no tocaba el fondo viscoso. El frio fue afilado y doloroso en mi piel por un instante, y después gritó en mis huesos mientras nadaba a la orilla y me arrastré a las rocas tibias. En el sauna otra vez, sentía una sensación muy extraña. El frio se fue rápido de mis huesos, pero apareció de nuevo en mi piel. Mis piernas se habían puesto completamente dormidas en el agua, pero ahora, mientras la sensibilidad regresaba, se sentían mas frías aquí en la sauna a 100 grados que en el mar cuando había saltado. Después de algunos minutos en la sauna y con más flagelación con el abedul, mi piel se sentía por fin tibia otra vez, y cuando empezamos a sudar, era tiempo para repetir el proceso. Lo hicimos cuatro veces, y cada vez era más fácil y más agradable.

Cuando salimos de la sauna por última vez, nos sentíamos muy relajadas y liberadas, exactamente la misma sensación que hay cuando te bañas en agua caliente después de hacer muchas horas de ejercicios. En este momento, entendí exactamente porque la tradición había durado dos mil años.

Pero es importante cuidarte después de un sauna, y por eso regresamos a la cabina principal, nos vestimos en suéteres, bebimos bastante jugo, y nos relajamos alrededor de un fueguito y algunos juegos de mesa. Cuando terminamos era tarde, pero nos pusimos las chaquetas para salir por ultima vez y aprovechar el fenómeno ártico que es el sol de medianoche.

En el verano, tan al norte, el sol nunca se pone de verdad. Solo queda sostenido bajo el horizonte, aun por la medianoche. En el mismo polo norte, el sol solo circula en el cielo por días. Turku es mucho más al sur, y aquí el sol estuvo solo bajo el horizonte por una hora durante la madrugada, aunque nunca se oscureció lo suficiente para ver las estrellas. Ahora era solamente la once por la noche, y todavía había bastante luz para navegar el archipiélago por kayak.

En una atmósfera que parecía un ocaso eterno, exploramos las islas cercanas, forzando el horizonte mas y mas a la distancia mientras circulábamos sobre islas pequeñas con otras casitas de verano, y islitas blancas y pedregosas que son defendidas por gaviotas valientes que persiguen a los que se acercan demasiado a sus hogares desolados. Los rayos largos del sol bailaban sobre nosotros mientras nos movíamos con el agua y el crepúsculo venía, muy, muy lento. Y después regresamos.

No me quede mucho tiempo despierta antes de arrastrarme a mi cama. Pero brevemente recordé mis memorias del día, preguntándome cual era la más extraña, y cuál era la más bella. El susto del frio y el descubierto del baño de la mañana, el rescate de la patata por Liisa, el almuerzo mas natural de mi vida, el hormiguero enorme y el musgo de cien años en el interior, el retrete saltarín y saludar, navegando en kayak bajo el sol de la medianoche… y pensé en mi miedo, dejando el sauna, de saltar de cabeza en el mar frio. Y después, la carrera sobre piedras cubiertas de musgo, el puerto de madera bajo mis pies, y el salto en sí – una suspensión en un momento que no tenía el espacio para el remordimiento.

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